En Japón creen que cuando algo ha sufrido un daño y tiene una historia, se vuelve más hermoso. Por ejemplo si se trata de un objeto roto, se repara realzando las grietas con oro.  Por lo que en vez de ocultar los defectos, se acentúan y celebran, ya que ahora se han convertido en la parte más fuerte de la pieza. Esto se conoce como la técnica del Kintsugi.

El taller de febrero Las Guerreras del Camino, del proyecto Mamás y Bebés de la Fundación Meridional, se ha basado precisamente en esta filosofía.  Doce mujeres en situación vulnerable la han utilizado como símil en sus propias vidas. Han apreciado la belleza que tienen sus propias cicatrices, reconociéndolas como partes de su persona y aprendiendo a repararlas para mejorar la versión de sí mismas.

Todas se colocaron una tirita, a modo de “oro”  en el lugar donde les dolía: cabeza, garganta, corazón… Este símil hizo que les resultara más fácil poder reconocer sus daños y miedos y entender cómo su personalidad se ha formado en torno a ellos. Patricia Zurita, coordinadora del proyecto, resalta lo sorprendidas que estaban al ver que muchos de sus miedos venían desde muy temprana edad y lo más importante aún, que seguían ahí con ellas.

Esta conclusión sirvió para que observaran cómo sus inseguridades influyen en la situación en sus hijos. Hablaron de abandono, rechazo, humillación, injusticia, traición…y vieron la importancia de mantener una comunicación activa y diaria con ellos.

Lejos de restarnos valor, las cicatrices son las que nos forman y crean, convirtiéndonos en individuos únicos y hermosos. Son la prueba de que todos somos imperfectos y frágiles, pero que también somos capaces de recuperarnos.

“El mundo nos rompe a todos, y luego algunos se hacen más fuertes en las partes rotas.” – Ernest Hemingway –

Imágen: archivo EME